miércoles, 2 de agosto de 2017

Día 64. Agosto 2. Faltan 64 días.



El diario sigue y seguirá. No sé cuándo pondré al día los días faltantes pero mi compromiso era remediar hoy la situación y el remedio es seguir desde hoy, relatándoles lo que pasó hoy y hacerlo también mañana. Esos días perdidos en la memoria que llegaron hasta ayer, irán apareciendo en forma de reflexiones, pensamientos y deseos o lo que se me ocurra hasta que acabe de armar este rompecabezas del que prometí 128 piezas. Y es que hoy es el día 64. Y 64 es justo la mitad de 128. Por eso no quería seguir lamentándome en odas de rezagos, atrasos, culpas y lamentos cuando hemos llegado a la cúspide de la montaña y empieza la bajada.

Hoy estamos a mitad del camino para reencontrarnos con Ángela. Es increíble que hace 65 días yo estaba escribiendo el día cero aún empapado en lágrimas sin saber qué iba a pasar con el pequeño Felipe. Hoy, él sonríe a diario y aunque extraña todos los días a su mamá, porque me lo manifiesta de muchas formas, ha sido quién mejor ha asimilado el trance que yo creí que sería difícil para él. Pues bien, hoy el pequeño Felipe se despertó como de costumbre a las 6:30 de la mañana pero nos tomamos la levantada con calma, lentamente y sin prisa. Solo hasta las siete empezamos el ritual de alistamiento. El pequeño Felipe se fue a jugar al cuarto de los juguetes mientras yo le juntaba agua en el balde con el que lo iba a bañar. Fui por él para desvestirlo para el baño y lo senté en la cama. El timbre del apartamento sonó porque hoy, miércoles, es el día en el que Doris viene a ayudarnos con el aseo. Cuando sonó el timbre el pequeño Felipe me miró y me dijo "¿Mamá?". Sentí un viento helado recorrer mi espalda y solo atiné a abrazarlo y a decirle - Mamá está lejos pero pronto nos vamos a ver con ella. Hoy es el día en el que verdaderamente empezamos el reencuentro porque pasamos la mitad. Ahora estamos en la mitad más cerca -. La directora del jardín me dice que él me entiende. Y yo le creo. Siempre le creo a Olguita. No he visto una mujer más entregada a sus niños que ella. Pipe me pidió que lo bajara para ver quién había llegado. Quería comprobar por él mismo que no era mamá. Vio a Doris y le sonrió con un dejo de decepción, pero con cariño, como sabe sonreír él.

Subimos y llamé a Ángela por Skype inmediatamente. Pipe la vio como preguntándose por qué la podía ver allí pero no la podía sentir atravesando la puerta. Pero no buscó más y también perdió la atención por el Skype. Debíamos continuar nuestra rutina y salir para el jardín. Lo bañé y lo vestí con una pinta hermosa heredada de uno de sus primos de tercera generación, hijo de uno de mis sobrinos, mayor un año y medio que él. Overol pescador, una camisa a cuadros y tenis. Era un niño vestido de niño. Eso es lindo. Desafortunadamente poco común ahora, cuando están "adultizando" a los niños desde la cuna. Se veía precioso.

Lo dejé en el jardín a las ocho y cuarto y se quedó como siempre, tranquilo, relajado, plácido en su segundo hogar, desvanecido en los brazos de Dianita, una de sus profes.

Yo regresé a la casa para hablar con Doris. Tiene problemas con su exesposo y yo me asesoré para poder decirle qué hacer. Pero sobre eso no diré nada más. Es la vida de Doris. Mi día fue organizar cuentas, documentos, prever trasteos, ventas y otra cantidad de cosas que tengo que acelerar porque como me ha dicho Ángela varias veces "estoy colgado". Suelo colgarme en todo en la vida. Este diario es un testimonio de ello.

A las cinco de la tarde recogí al pequeño Felipe. Llegué al jardín y él cogió una silla y la acomodó en un cerro de sillas para niño que había en el comedor. La profesora me contó que él ayuda a organizar, que recoge sillas y las fichas de los juegos y las pone en su lugar. Qué contraste con lo que sucede en la casa, en donde lo he bautizado el "Huracán" Pipe, porque por donde pasa nada queda como estaba. Quizás es que yo no he tenido la paciencia de la profesora para enseñarle.

Llegamos a la casa y se le notaba el cansancio y el hambre. Le di la comida más temprano que de costumbre porque pensé que se quería acostar temprano. Comió con mucho apetito, pero se activó un rato y se terminó durmiendo a las siete pasadas, como casi siempre.

El pequeño Felipe me tiene sorprendido por la rapidez con la que está desarrollando su comprensión del mundo y las situaciones. Hace cosas que me permiten ver cuán perceptivo está. Por ejemplo, cuando me lavo las manos en el baño, sale corriendo desde donde esté y toma la toalla y me la pasa para que yo me seque. Cuando le digo que nos subamos que ya es hora de alistarnos para dormir, busca el control del televisor del primer piso y me lo pasa para que apague el televisor porque sabe que ya no lo vamos a ver más. Y así, todos los días sale con algo nuevo, sorprendente y tierno que me da la tranquilidad de saber que está creciendo bien, sano, inteligente y sensible.

Bueno, como les dije, los días faltantes irán apareciendo esparcidos en lo que resta de este diario. Pero no podía seguir haciendo una retahíla de lamentos sin avanzar tal como tiene que avanzar un diario. Día a día, en el presente, en el aquí y en el ahora. Por eso hoy retomo la memoria inmediata, el día que pasó, lo que recuerdo con claridad porque aún lo estoy viviendo mientras escribo.

Gracias a ustedes por ser tan condescendientes y pacientes conmigo. Por comprender esa laguna de más de diez días que se llenó de vacíos. Pero acá estoy, retomando, atendiendo los consejos que tan amablemente me dieron para que este proyecto no muera, para que yo no desfallezca.

Qué tengan una linda noche y un mejor despertar. Gracias de verdad.


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