viernes, 2 de junio de 2017

Día 3. Junio 2.


Creo que el pequeño Felipe está descubriendo el maravilloso arte de la manipulación y captó que la palabra "mamá" también le funciona conmigo. Esta mañana de nuevo me preguntó por su mamá. Fue lo primero que hizo. Lo llevé hasta la foto que está sobre mi mesa de noche y él la estuvo admirando un rato entre dormido y despierto.

Antes de salir para el jardín intentamos comunicarnos con su mamá. Pero la tecnología aún no la han terminado de inventar y lo único que hace cuando no funciona bien es aumentar la ansiedad. Las imágenes pixeladas del whatsapp y la voz entrecortada son el cóctel perfecto del desespero virtual. Pipe empezó a notar mi impaciencia y a impacientarse él, porque además estábamos en el corre corre de la alistada para salir al jardín. Decidimos con Ángela intentar la comunicación con el bebé de nuevo mañana, aprovechando el fin de semana y que podemos probar con ensayo y error hasta que la tecnología ceda por fin o nos frustre.

Llevé al pequeño Felipe al jardín y de nuevo se quedó llorando, pero más que un llanto pronunciado fue un grito de inconformidad, como de protesta, que pronto fue apaciguado cuando la profe lo sentó en la piscina de pelotas.

Al regresar a casa me comuniqué de nuevo con Ángela. Skype funcionó mucho mejor. A whatsapp todavía le falta ajustar la magia de la telefonía con las ventajas de la internet. Hablamos un rato largo, me mostró la habitación en donde está y conversamos sobre lo que puede ser la vida del pequeño Felipe en su nuevo destino. Los rumbos de la vida son misteriosos. Ahora pienso cuántas veces pudo haber cambiado mi vida por decisiones propias o de otro. Y descubro que el reino del "hubiera sido" es ilimitado, irreal y en el fondo vano, porque sencillamente nunca será. La vida recorre un solo camino, sin alternativas ni paralelos, y cocinarse las neuronas en la melancolía de lo que pudo haber sido y no fue es inútil, además puede ser doloroso y en todos los casos jamás dejará de ser un misterio. Pero somos masoquistas y nos encanta recorrer los bosques del reino del "hubiera sido" y vivimos en la mente esas vidas idílicas que pudieron ser y no fueron. ¿Para qué? Para nada. Para desperdiciar el tiempo que tenemos que aprovechar buscando lo que sí puede ser, porque aún nos queda el futuro, que es nuestro único patrimonio para invertir. El pasado ya lo gastamos y el presente está pagando la factura.

Sin duda, este rumbo que empezamos y del que Ángela está haciendo la avanzada, va a marcar indeleblemente la vida del pequeño Felipe. El destino no es más que la disculpa de los conformes. El destino es la excusa de un pasado que no quisimos alterar por vivir eternamente en el reino del hubiera sido, sin intentar convertirlo en el "es", en el aquí y en el ahora, en la vida real sin añoranzas, sin complejos y sin arrepentimientos. Por eso emprendemos este camino, entre otras cosas, para que Felipe sepa desde muy temprano que el mundo es mucho más que lo que "le tocó". Porque el nacimiento mismo no es solo un milagro sino un accidente. Nacer con una nacionalidad, determinado padre y madre, tal o cual entorno, pobreza o riqueza, hombre o mujer, entre otras, no son elecciones del recién llegado a la vida, son imposiciones de esa camisa de fuerza que insisten en llamar destino. La obligación de uno como padre es romperle el espinazo a ese "destino" para que los hijos puedan intentar ser lo que los haga felices, mucho más allá del reino del hubiera sido que genera tanta frustración y se desvanece en ilusiones, que si no tienen alas, no podrán alcanzar.

Por eso esta no es solo una gran oportunidad para nosotros, para mí en lo que he llamado "el segundo tiempo de mi vida", para Ángela que es la arquitecta de esta aventura, sino para el pequeño Felipe que vivirá sus primeros años conociendo otra cultura, otro idioma y otros paisajes que sin duda le abrirán mucho más el reino del "puede ser" que el del hubiera sido. Espero que me entiendan esta jeringonza con la que quiero describir la importancia de las oportunidades y la necesidad de abrirnos el horizonte para estar más cerca de nuestros anhelos y con ello acercar a nuestros hijos al abanico amplio de sus propias elecciones.

En fin, después de pensar toda la tarde en esta perorata que acabo de escribir, volví a recoger a Pipe a las cinco de la tarde en el jardín. Estaba cansado pero contento. Salió a mi encuentro con un zapato en la mano y con una sonrisa en la boca. Le mandaron comida para la casa. Siempre le mandan la cena del jardín para que yo se la sirva en casa. No sé si fue deliberado pero le mandaron un montón. Creo que la cocinera del jardín, que sabe que estoy solo, se ha compadecido de mí y mandó comida para los dos. Qué lindo gesto y cuánto lo valoro. Ángela se fue hace solo tres días y yo ya he bajado un kilo. Bendita dieta esta de estar lejos de la esposa.

Pipe llegó a la casa de buen ánimo. Se encontró la foto de su mamá y la preguntó de nuevo. Otra vez me senté para explicarle que está lejos y que hoy ha pasado un día más para nuestro encuentro. O un día menos, como lo quieran ver. Entre el cansancio y las ganas de jugar empezó a regar el jugo que le di por toda la casa. Lo regañé y le pedí que dejara de hacer eso. Se indignó y empezó a llamar a su mamá con un llanto quedo, forzado, fingido. En realidad no estaba extrañando a su mamá pero sabe cuánto me duele verlo triste por ella. Solo estaba molesto porque lo había regañado. Entonces para que se diera cuenta de que estaba descubriendo su treta, le sonreí. Sintiéndose descubierto él también me sonrió. Subimos las escaleras para la habitación y entre risas y carcajadas le puse la pijama. El tomó de nuevo la foto de su mamá ya cansado y se quedó contemplándola otro rato. Lo acosté y me dijo "papá" y me tomó la mano. En estos días no me lo había dicho. Se quedó dormido y yo me quedé con su manita entre la mía. Algo estamos haciendo bien. Nos estamos entendiendo.


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