martes, 13 de junio de 2017

Día 14. Junio 13.


Ya han pasado dos semanas desde que Ángela se fue. Parece mucho tiempo el que todavía falta para que nos encontremos de nuevo, pero qué rápido se han pasado estos días. El pequeño Felipe parece haberse ya acoplado a la situación. Extraña a su mamá pero sin dolor, sin drama y se ha acostumbrado a su rutina conmigo. En la madrugada se despertó a pedir tetero a eso de las cuatro de la mañana. Yo me levanté medio dormido, le di el tetero y me volví a acostar. Él se quedó llorando un rato. Pensó que me iba a quedar con él pero yo estaba molido. Como a los cinco minutos él también se quedó dormido y se despertó en la mañana tarde para lo que acostumbra. Entonces tuvimos que correr para llegar a tiempo al jardín.

En el jardín se queda cada vez más tranquilo, más confiado, más relajado. Le estira los brazos a la profe mientras le cuento si hay alguna novedad y le lanza la mirada a sus compañeros para ver con quién va a empezar el juego.

Yo regresé a la casa para hacer algunas tareas domésticas y para hablar con Ángela que no había podido hablar con Pipe en la mañana, porque ella estaba haciendo algunas diligencias relacionadas con su acomodación. Mi día en casa fue tranquilo. Aproveché para comprar algunas cosas en el supermercado y para organizar las cuentas y las tareas que están pendientes tratando de que no me sorprenda la angustia del último momento. Y me di cuenta de que hay mucho que hacer. Que moverse es mucho más que transportar el cuerpo. Hay que disponer de las cosas, de los deberes pendientes, de las deudas, de los afectos, de las conversaciones que aún queremos tener y sobre todo, de Nicolás. Nicolás es media vida mía y ese pedazo mío se queda acá. Ya empiezo a sentir el vértigo de la despedida y me pregunto cómo será la relación de mis dos hijos en la distancia. Nicolás, que vive solo desde hace más de un año, me ha dicho que él ya encontrará los momentos para compartir con el pequeño Felipe, que las vueltas de la vida los unirán de nuevo en algún momento y que ya recuperarán el tiempo que ahora la distancia les va a negar. Nicolás ya es un hombre. Pero uno nunca deja de ver a los hijos como niños. Los hijos siempre serán vulnerables y débiles para uno, que siempre quiere estar ahí para protegerlos. Pero la realidad es que Nicolás seguirá por su cuenta y yo lo debo aceptar. No es fácil, pero tengo casi cuatro meses para asimilarlo.

A las cinco pasé a recoger al pequeño Felipe y oh sorpresa, no quería salir del jardín. A esa hora ya están libres de actividades entonces pueden jugar a placer por todo el jardín. Me lo encontré corriendo, entrando y saliendo de la piscina de pelotas, cogiendo la bomba que no quiso dejar en casa esta mañana. Finalmente, después de un ratico que aproveché para conversar con la directora, Pipe me estiró los brazos para que nos fuéramos.

Llegamos a la casa pasadas las cinco y le serví un jugo de pera que yo mismo le hice y las galletas Saltinas que no le pueden faltar. Estaba cansado. Se le notaba en los ojos. No estaba tan activo como siempre. Aproveché para cortarle las uñas. Lo hice con pánico y mucho cuidado. Esos deditos, esas uñitas y yo cortándole como haciendo filigrana meticulosamente para no lastimarlo. Yo soy torpe, descordinado y amotriz. Por eso le corté las uñas despacito, sin afán, y él se quedó petrificado, como intuyendo que era mejor colaborar por su propio bien. Y bueno, le corté todas las uñitas sin nada que lamentar. Pasadas las seis le di la comida y después lo empiyamé. Hoy no se resistió ni jugó a que lo persiguiera que es el ritual de la empiyamada. Estaba dócil, entregado y somnoliento.

Ya en la cuna se activó, le dio por jugar pero ya estaba en el tiempo de descanso. Y su sueño es sagrado. Entonces le apagué la luz. Otra vez lloró, pero decidí dejarlo un rato para que entienda que el llanto no va a resolver todos sus caprichos y que la disciplina también es importante y necesaria por su propio bien. Se calmó a los minutos y fui a consentirlo. No quiero que piense que me acuesto bravo con él o que no le pongo atención. Se durmió mientras le acariciaba la cabeza y eso me dio paz a mí.

Bueno, hoy el sentimiento es ambivalente. Me alegra que pase el tiempo para reencontrarnos con Ángela. Pero ya me empiezan a doler las despedidas, sobre todo de Nicolás, que va a empezar a volar con sus propias alas y no sé qué tan fuertes son. Tengo cuatro meses para averiguarlo y para compartir esas conversaciones que tenemos pendientes.

El día se agota. Mañana será un nuevo día para contar. Gracias por mantener la persistencia en leer este recuento de días. La constancia no es una de mis cualidades, pero acá estoy, cada noche, viviendo este reto y plasmándolo en este diario. Ahí vamos y ahí seguiré, cada día, hasta que pasen los 128. Feliz noche para todos y todas.




No hay comentarios:

Publicar un comentario