viernes, 9 de junio de 2017

Día 10. Junio 9.


El pequeño Felipe me celebró hoy el día del padre en su jardín infantil. Más emotivo no pudo ser, justo ahora, que estamos él y yo recorriendo este camino que ya completa diez días.

Esta mañana lo vestí de overol y camiseta blanca, tal como me lo pidieron en el jardín. Lo llevé y nos recibieron en la puerta porque no podíamos entrar. La decoración era sorpresa. Debía regresar a las 9:30 am para la presentación de los niños y las niñas del jardín. Es un jardín pequeño, en este momento no debe tener más de 25 chiquillos. Regresé a mi casa y me alisté para la ocasión. A las 9:30 en punto estuve allí, en tercera fila porque las dos primeras ya estaban ocupadas. También llegaron mi cuñada, la hermana de Ángela y su esposo que tienen a sus dos bebés en el mismo jardín.

La presentación fue hermosa. Es increíble el amor que ponen todos en el jardín infantil para estos eventos. Desde la directora, las profesoras y las señoras de la cocina y el aseo hasta los propios niños, hacen todo con una dedicación absoluta. Y como somos pocos padres los eventos siempre tienen un aire familiar, fraterno y colmado de ternura, en donde la sensibilidad aflora porque no hay nada que conmueva más a unos padres que su criatura enfrentada a un público tratando de cumplir con un papel. Al menos a mí se me escurren las lágrimas. Tan difícil eso para mí.

El pequeño Felipe en las presentaciones se pasma. No se angustia pero tampoco se mueve. Es un espectador más en el escenario y eso lo hace aún más tierno. Porque va girando su cabeza para mirar a sus compañeritos con gran admiración. Solo le falta aplaudirlos. Pero se queda estático, contemplando el panorama y de vez en cuando mira al público como diciendo "Eh, ¿si ven lo bien que lo hacen?". A mí me dan ganas de agarrarlo a picos.

Terminó la presentación y nuestros hijos llegaron con los regalos para los papás. El mío dice "I love you daddy" y tiene una foto del pequeño Felipe. Me derretí. Me senté un rato con Pipe y estaba muy consentido. Se me arrunchó un rato y pensé que iba a ser un drama salir de nuevo y dejarlo allí. No podía llevarlo temprano conmigo porque estoy trabajando en un par de escritos que aún no termino. Pero extrañamente cuando salí se lo pasé a la profe, ella lo cargó y se quedó tranquilo. Me fui aliviado.

En la tarde lo recogí más temprano. Pasé a las 3:30 pm porque sentí que me hacía falta. Ahora he descubierto que no solo yo le hago falta a él. Sin duda, él me hace falta a mí. Cuando llega al apartamento llena toda la casa. Su desorden es signo de que hay vida en este espacio y la casa se llena de ruido. Sus juguetes, el zoo moo de la televisión, sus gritos, risa y hasta el llanto, todo lo copa con su presencia. Y yo me siento vivo, animado, siento que esto vale la pena y que somos los dos, acá, en equipo, jalando para el mismo lado. Para el lado de Ángela, que nos espera y nos completa.

La tarde la aprovechamos para pintar y para jugar un rato, hasta que me tomó de la mano y me jaló para donde sus libros. Ángela le leía todas las tardes y yo he perdido esa costumbre, entre otras cosas, porque en el tiempo que transcurre desde que llega del jardín hasta que se acuesta a dormir, se nos va en la comida y en la alistada. Pero sin duda, le tengo que sacar tiempo a sus libros. Hoy me lo hizo saber. Le leí algunos cuentos y él se quedó mirando las ilustraciones de otros. Los libros para niños de ahora son supremamente creativos. Además son indestructibles. Son libros pensados para soportar el uso y el abuso y además son una caja de sorpresas en su interior. Me alegra que el mundo se esté pensando para niños también en sus libros. Yo recuerdo que cuando era niño los libros eran porcelanas que no se podían tocar, ni rallar, ni manipular. Mi papá era especialmente celoso con sus libros, pero era generoso para dejar al alcance de la mano los que él creía que a uno le interesaban. Mi papá siempre fue especial conmigo con eso de los libros. Cuando quería que yo leyera algo, me los dejaba atravesados por donde sabía que yo iba a pasar, como para que me generara curiosidad. Y eso pasaba. Usó ese método conmigo hasta que se murió. Cuando yo no captaba el mensaje o no cogía el libro, iba y me lo dejaba debajo de la almohada. Ahí ya no cabía duda de que era para mí.

Pipe se fue cansando con la lectura y empezó a bostezar el filo de las siete. Ya había comido y estaba listo para que lo empiyamara. Me jugó un rato en su ritual de siempre (uno lo tiene que perseguir para ponerle la piyama) pero se rindió rápido. Tetero y a dormir.

Este fue un día lindo y emotivo. La celebración del día del padre me llegó al alma por lo que estamos viviendo y también porque me acordé de mi papá, a quien extraño cada segundo de cada minuto de cada hora de cada día. Él sigue siendo mi faro guía y aunque no le recuerdo tan presente en mi infancia porque estaba en la cresta de la ola de su vida productiva, siempre supe que ahí estaba como protector y horizonte de su gran tribu. Y es en él en quien me apoyo espiritualmente para guiar a mis hijos, porque aunque mi padre y yo somos muy distintos, es en él en quien encuentro la sabiduría de los momentos difíciles.

Hoy valoré tremendamente el sentido de la paternidad. Comprendí que esta relación padre - hijo va en dos sentidos y que el pequeño Felipe me hace tanta falta como yo le puedo hacer falta a él y valoré de nuevo mi relación con Nicolás con quién me pasaba lo mismo pero no era consciente de ello.

Este fue un día muy nutrido en emotividad y aprendizajes. Vamos a ver qué pasa mañana que empieza nuestro segundo fin de semana sin Ángela. Ya les contaré. Gracias por estar acá de nuevo.

Feliz noche.


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