miércoles, 31 de mayo de 2017

Día 1. Mayo 31.


Pasó el primer día. El primer amanecer. El ritual de la despertada del pequeño Felipe es (o era) todos los días igual. Entre las seis y las siete de la mañana yo lo escucho entre refunfuñando y jugando en su habitación hasta que decide gritar para notificarnos que ya le amaneció. Entonces voy, le preparo un tetero, se lo entrego y él me estira los brazos para que lo cargue. Yo lo saco de la cuna y lo acuesto en nuestra cama para que se tome su tetero. Yo me voy a preparar el desayuno y Ángela se arruncha(ba) con el pequeño Felipe unos minutos mientras empezaba a alistarlo para llevarlo al jardín.

Anoche Pipe se despertó un par de veces. Pero no estaba acongojado. Una vez tenía hambre y otra frío. Durmió un poco más de lo habitual. A las siete y media inició su protesta matutina para que lo sacara de la cuna. Le di el tetero, me estiró los brazos y cuando llegamos a la cama hizo la pregunta que esperaba "¿mamá?". - Hijo, mamá está viajando. La veremos en cuatro meses porque está haciendo algo importante para nosotros-. Me miró como si me estuviera atendiendo y me volvió a preguntar "¿mamá?". Lo abracé y bueno, lloró de nuevo mientras masticaba el chupo del tetero. Yo me quedé mirándolo y le consentí sus crespos aún largos y lo peiné con los dedos ese mechón que ya se le venía sobre los ojos. Se calmó y me recosté a su lado. Me apresuré a prepararle el baño para que no tuviera tanto tiempo de extrañar. Lo bañé con agua tibia despacio, muy despacio. El pequeño Felipe disfruta el baño, le encanta cómo el agua tibia le baja por la espalda y no le gusta tanto cuando le cae en la cara porque siente que se ahoga.

Lo saqué de la ducha y lo vestí despacio. Todo en la mañana lo hice despacio, con paciencia, sin afán. El jardín podía esperar y él tenía que sentir toda la suavidad de mis movimientos. No quería angustiarlo ni presionarlo ni estresarlo. Sin embargo, todo fluía y él se dejó vestir con toda docilidad, como entendiendo que tenía que ayudarme y que yo estaba tratando de hacer las cosas lo mejor que podía. Desayunamos con mucha tranquilidad. Felipe ya usa los cubiertos. En una mano tiene el tenedor mientras con la otra coge la comida. En este caso unos huevos revueltos con galletas. El tenedor le da la sensación de que ya hace parte de los adultos de la mesa, así no lo use. Es como un carné de membresía para sentarse en una silla del comedor.

La mañana transcurrió sin mayor novedad hasta que dejé al pequeño Felipe en el jardín. Otra vez se angustió cuando me vio partir. Lloró mientras me iba y su profe se alejó calmándolo con una caricia pronunciada en la espalda. Sentí la tentación de devolverme y llevarlo a casa de nuevo, pero sentí que era contraproducente porque podría interpretar que algo realmente grave estaba pasando. Creo que él entiende que se le extravió uno de sus soportes y teme perder el otro.  Por eso el hecho de llegar por él en la tarde le daría la sensación de que su otra mano y su otro pie siguen en su lugar, que la mitad que le queda está bien y funcionando. Esto de jugar a pensar como piensa el pequeño Felipe puede ser un error grave, no lo sé, pero es la única forma en que puedo intuir lo correcto para él. Y ahora solo tengo mi intuición que parte de un profundo sentido del amor. Tengo que adivinar muchas cosas y por eso tomo el riesgo de querer ser él. No tengo más cartas para jugar.

Mi mamá llegó a almorzar a la casa y me acompañó toda la tarde. Fuimos por Pipe a las 2:30 pm porque lo iba a llevar al peluquero. Me encantan sus crespos pero no soporto ver cómo el capul le tapa los ojos. Siento que se va a quedar visco entre su pelo y el horizonte. Lo llevamos a la peluquería del barrio en donde hay un carrito para niños. No hay como los carritos para cortarle el pelo a un niño. Entre curva y curva imaginaria van cayendo los mechones. De verdad lo disfrutó. Llegamos entrada la tarde a la casa y estuvo tranquilo un rato. De un momento a otro se quedó mirando la puerta y de nuevo preguntó "¿mamá?". Yo no dije nada. Solo me subí a su tren favorito y pasé por su lado. Le mostré un puesto vacío y se montó conmigo. Dimos un par de vueltas y se fue distrayendo, se fue calmando y mi mamá iba detrás de él con la comida. Siguió relajado, de buen ánimo hasta que empezaron los bostezos.

Creí que para dormir extrañaría de nuevo a su mamá pero fue tan dócil, diría que comprensivo. Me recibió el tetero y se acostó solo sin mucha resistencia. Ángela siempre se acostaba con él hasta que lo vencía el sueño. Pero a mí no me soporta en la cuna. Estoy gordo y le quito todo su espacio vital. Por eso solo atino a meter el brazo para consentirlo hasta que siento su respiración pausada que me indica que ya se durmió.

Hoy fue un día previsible. Aún está triste, se le nota en cada gesto, está viviendo un duelo. Pero no sé, siento que entiende mucho más de lo que yo percibo. Siento que me está ayudando, que sabe que para mí no es fácil y alcanzo a captar que me está ayudando a pesar de su tristeza. Es extraño. Nadie recuerda qué vivió de bebé. Esa memoria se pierde y hace parte de lo que nuestros padres orgullosos o los hermanos celosos nos cuentan. Pero yo puedo ver que un bebé sabe mucho más de lo perceptible, actúa con más sentido común que el que le cabe a un adulto y su ser y actuar en el mundo es mucho más consciente de lo que creemos.

En fin, ya han bajado un poco más las lagrimas y empiezan a emerger las reflexiones. Ángela llegó bien a su destino y está viviendo sus propios retos. Yo solo quiero que ella esté tranquila porque le puedo dar fe no solo de que yo puedo con el pequeño Felipe sino que además él puede conmigo. Es evidente que él está entendiendo que esto más que un padre lidiando con un bebé este es un equipo en el que él más de la mitad. Es la motivación y el ánimo de los dos..

Acá vamos. Pasó el día uno y el tren ya está en el riel del reencuentro. Ha bajado el dolor para darle paso a la sensatez y a la realidad. Ya no hay tiempo para seguir llorando. Hay un reto de resistencia por delante y no podemos perder el aire en sollozos. Vendrán días difíciles y otros mejores. Pero ya empezamos. Esto es lo importante. Y ahora Pipe ve mejor. Porque no tiene el pelo sobre los ojos.



martes, 30 de mayo de 2017

Día 0. Mayo 30.


Sí. Siempre hay un cero antes del uno. Eso lo aprendí mejor en Buenos Aires en donde el piso que nosotros llamamos "el 1" para ellos es "el 0". Y tienen razón. El primer peldaño de una escalera no existe sin el piso. Por eso a este le he llamado el día 0. El día en el que se fue Ángela. Partió hace unas horas y desde ese momento empezó a correr el reloj en retroceso que nos llevará al reencuentro.

Creo que esto va a ser más difícil de lo que imaginé. En este momento me pesan los dedos, los párpados y aún mi garganta tiene espasmos de sollozo. Escribo con los rezagos de mis lágrimas que jamás pensé que fueran tantas. Soy un tipo llorón, que padeció con sus entrañas cada capítulo de José Miel, pero procuro contenerme en los momentos críticos. Pero hoy no pude.

Llevamos al pequeño Felipe al jardín infantil en la mañana, como todas las mañanas. Él ya no resentía nuestra ausencia y se quedaba tranquilo, con la certeza de que en la tarde seríamos otra vez su espacio y su tiempo. Pero hoy fue distinto. Como presintiendo algo, se quedó llorando después de aferrarse como un koala al cuello de su mamá. Con el amor infinito de la vocación de sus profes lo logramos soltar y se entretuvo con alguna galleta mientras nos íbamos. Fue un día tenso, en donde el tiempo corre rápido y mirar el reloj es cruel, porque va directo sin contemplaciones hacia la despedida.

Mi suegro llegó desde la Mesa Cundinamarca para despedirse y fuimos con él a sacar al pequeño Felipe del jardín infantil a la una de la tarde. Fuimos a almorzar al centro comercial. El bebé estuvo especialmente tranquilo y contento. Ángela compró la maleta reglamentaria para llevar en cabina y regresamos a casa para continuar con el alistamiento de última hora en el que siempre queda algo pendiente. Llegaron mis cuñadas y los primos de Pipe. Con ellos se entretuvo y de a poco se fue disipando esa sensación de que algo estaba pasando. Porque él sabía que algo estaba pasando. Desde hace días lo sabe.

Llegó el momento de la despedida. No sé cómo decribirlo ahora. Pero sí sé que hoy noté lo difíciles que son las despedidas. Lo fue para mí, que llevo preparándola desde hace meses como algo inevitable, pero me rompió el alma ver al pequeño Felipe confirmando el temor que había venido cuajando durante todo el día. No quiero ser extenso porque no quiero ponerme mal otra vez. Solo les diré que el pequeño Felipe se quedó pegado a la puerta llamando a su mamá. Yo solo atiné a abrazarlo fuerte tratando de que no me viera la cara empapada en lágrimas. Lo solté después de un rato y se tiró en un pequeño tapete como con un halo de resignación a sollozar la palabra mamá unas cuántas veces más. Yo me rehice y me fui a hacerle la comida. Le puse sal y todo el amor que pude. Lo cargué de nuevo y lo senté frente al televisor para ver "la colmena feliz" que es un programa que dan en el mejor canal para niños que existe en el mundo "zoo moo". Es de animalitos. Qué mejor forma de enseñarle a los niños a ser buenas personas que usando animales. Simplemente genial.

Empezó a cantar la canción de introducción de la colmena feliz y la sonrisa volvió a su cara. Y a la mía. Mi mamá llegó al rato. Mi mamá, ese bálsamo que cura todas las tristezas. Llegó un poco angustiada. Ella siempre ha sabido que al pequeño Felipe le va a dar muy duro la ausencia de la mamá y allí estuvo dándonos ánimo como solo ella puede, haciéndome saber que allí está como siempre. Mi mamá ha sido la base de mi vida, las vigas de mi existencia, el soporte de mis penas. Gracias a Dios por mi mamá.

Bueno, Felipe se quedó dormido y antes de eso una vez más evocó a su mamá. Pero se conformó conmigo. Creo que así se nos pasarán los días. Él añorando a su mamá y conformándose conmigo. Espero que siga siendo así. Nunca me he propuesto llenar el vacío de Ángela. Solo quiero que sepa que ese espacio seguirá allí hasta que nos volvamos a ver en un día menos, en este cero sin el uno. El uno vendrá mañana con una nueva historia.

Gracias a los lectores por seguir esta historia. Hoy me costaron las palabras. Todavía tengo algún llanto atravesado y tuve que revolver el poco de inspiración que tengo que se me fue con el abrazo que le di a Ángela en la puerta. Mañana les contaré cómo nos sigue yendo. Quizás vengan las reflexiones y alguna otra cuestión.

Feliz noche. Empezó esta historia.