jueves, 10 de mayo de 2018

Día 56. Julio 25. Faltan 72 días.



Día 56 de la nada, entre un comienzo lejano y un final incierto.

Hoy vengo a escribir como el viejo que sin falta le lleva migajas a las palomas en la plaza solo para sentir que las palomas lo acompañan. Como el viejo que disfraza su soledad de migajas y palomas. Hoy vengo acá para ocultar mi soledad en sus ojos que me leen. Porque la soledad es mucho más que la ausencia de personas. La soledad es el abandono de la coherencia que se camufla en poesía. Por eso no procuren entenderme. No hoy, en este día perdido entre la nada.

He recorrido nueve mil kilómetros para encontrarme conmigo mismo y cuando llegué ya no estaba esperándome. Me esfumé, me perdí y ya no sé en dónde estoy. Pensé encontrar mi vela encendida, mi botella de vino con el corcho a medio sacar, mi pluma y mi tinta, el papel amarillento regado por el escritorio y la musa en bragas dispuesta a satisfacer mis deseos más retóricos. En su lugar encontré a mis demonios fumándose un tabaco rotado entre miradas cómplices. El miedo reía con sorna, la inseguridad no era capaz de mirarme a los ojos y el pasado se quedó petrificado esperando algún saludo de reconciliación que no me salió. El futuro jamás llegó, se fue de juerga con la incertidumbre sin decir para dónde. El presente era yo, parado allí sin saber qué hacer. Quise decir algo pero me temblaron los labios y salió un gemido ridículo. Entonces me fui y me perdí. Me quedé vacío sin mí, vacío sin vela, botella, tinta, papel ni musa. Y dejé a mis demonios tirados en ese lugar que era para mí.

Ahora descubro con tristeza que la mejor manera de perpetuar los demonios es querer huirles. Ellos saben para dónde vas y allí te esperan. Están antes que tú revisando cada centímetro del espacio en donde has pensado despreciarles y se apropian de tus sueños. Esos demonios apagaron mi vela y se tomaron mi vino. Además sedujeron a mi musa que ahora fuma y bebe con ellos. Aún quedan el papel, la pluma y la tinta por ahí olvidados. Debo regresar desde aquel lugar en donde no me encuentro y quizás también deba dejarme vencer por mis demonios para tener un lugar al lado de ellos.

Cuando regrese y los encuentre, me sumaré a sus miradas cómplices y celebraré sus burlas de mí. Buscaré la mirada de mi inseguridad para ver si al menos le saco una sonrisa. Y abrazaré al pasado recordando cuán compinche fue de mi locura, esa locura que no me abandona y que estará conmigo así esté perdido. Quizás el futuro regrese algún día, cuando la incertidumbre le abandone. La incertidumbre se va cuando llegan la pobreza y el hambre. Siempre se va.

Por ahora, seguiré buscándome para saber al menos en dónde estoy, tratando de comprender qué me trajo hasta acá sin echarle la culpa al destino, culpable de todo sin existir.

No sé en dónde estoy. Por ahora, me buscaré entre las caras de los viejos que lanzan migas a las palomas para ver volar por unos segundos su soledad. Por ahora, me quedaré aquí solo, haciéndome el que escribo sin pluma, tinta ni papel, perdido entre la incoherencia que me libera porque es la única que no me pide nada.

martes, 24 de abril de 2018

Día 55. Julio 24. Faltan 73 días.


Heme aquí de nuevo, llenando este diario como si fuese un álbum viejo con fotos nuevas. No sé cuándo lo termine, quizás nunca, quizás sea una promesa incumplida más como son los proyectos de mi vida. A veces pienso que de tanto procrastinar jamás me voy a morir, porque siempre dejaré mi muerte para después. Pero bueno, eso si dependiera de mí. La muerte no procrastina.

He decidido dejar este espacio simplemente para escribir, para dejar que mis dedos exploren los contornos de las teclas y ver qué sale, sin más pretensión que la de dejar acá palabras que tramiten mis sentimientos, claros y oscuros, nobles y viles.

En estos días he estado pensando sobre el propósito de mi vida. Sí, a mis casi 44 años, todavía ando con esas dudas existenciales de los adolescentes. Y no sé qué es más triste, si no saberlo aún o pensar simplemente que la vida es un propósito en sí misma. He trasegado por tantos intentos de proyectar mi vida hacia algún lugar, que tan solo me he quedado embelesado con los horizontes hacia donde he querido ir y no fui. He vivido tantas veces en el reino del hubiera sido, que mi vida se ha estancado en aguas profundas, pensando en todo lo que pude ser y no fui.

Pero acá estoy, escribiendo desde lejos, porque para mí llegar lejos nunca fue una cuestión de posición o poder, tan solo ha sido una cuestión geográfica. Y quizás, sin proponérmelo, he estado lejos cuántas veces he podido, sin perder la oportunidad, porque solo desde lejos puedo apreciar cuánto me he movido para llegar hasta acá. Entonces, sin saber aún quién soy, me veo escribiendo desde lejos y por lo menos, aquí y ahora, soy un escribidor lejano. Quizás eso sea algo. No sé.

Lejos es mi lugar, porque acá no importa quién soy, ni para qué sirvo, ni de dónde vengo ni para dónde voy. Mientras siga siendo una sombra discreta que habla poco y piensa mucho, mi trasegar será sereno, anónimo, pacífico y sutil. Entonces, la vida se me sigue yendo en contemplaciones, en horizontes reales e imaginarios, en mi mirada que por segundos se detiene en el árbol que le da sombra a la banca en la que me siento a leer todos los días, para ver cómo otros han proyectado sus dudas a través de las letras, para ver cómo puedo aprender de ellos que me hablan sin saber que los escucho.

La vida es un propósito en sí misma. Se acabará cuando se tenga que acabar. Por el momento, sé que estoy vivo y que estoy escribiendo. No sé cómo llegué acá después de cuatro décadas y algo, y tampoco desenredaré la cuerda de la vida para saberlo. Descifrar por qué las casualidades nos han traído hasta el punto en el que estamos, es tan complejo como vivir pensando qué hubiera sido de nuestros días si eso que llaman destino nos hubiese llevado para otro lado. Eso nos copa la imaginación, pero no nos resuelve los acertijos.

En fin, de cualquier manera deshojé la margarita de este diario por hoy. No hablé del pequeño Felipe que duerme a esta hora soñando sus propios sueños, viviendo en los reinos encantados de la infancia que no tienen límites. Cuando crecemos nos volvemos dudas. Resolverlas nos consume el tiempo.






viernes, 20 de abril de 2018

Día 54. Julio 23. Faltan 74 días.


Mi proceso más difícil de adaptación es adaptarme a mí mismo.

Ya pasaron poco más de seis meses de nuestras vidas en estas tierras lejanas. El pequeño Felipe solo es un ciudadano del mundo. No sabe en dónde está y tampoco le importa. Con que su papá y su mamá estén cerca, tiene las naciones que necesita a la mano. Va al jardín infantil todos los días y se entiende con sus compañeritos en el lenguaje de los niños que no tiene idioma. Él simplemente usa las palabras que necesita. A sus profesoras del jardín les dice algunas palabras en alemán y a Ángela y a mí nos dice algunas palabras en español. Simplemente dice palabras hasta que alguna le funciona. No se complica. Casi todo el tiempo está contento, salvo cuando tiene hambre, sueño, le duele algo o nos demoramos para entender la palabra que nos está diciendo.

En cambio a mí todo me da miedo. Salgo de casa preferiblemente a sitios en donde no tenga que interactuar con las personas para evitar esas conversaciones que siempre empiezan con "sorry, I don´t speak german". Lo que no saben ellos es que mi inglés también es "a little bite". Por eso me ha servido el lenguaje de las sonrisas, así parezca un idiota. No importa qué me digan, yo siempre sonrío y asiento con la cabeza. He intentado aprender alemán. Estuve dos meses en un curso con veinte personas más en la Torre de Babel. Había personas de todo el mundo tratando de aprender alemán mientras yo me distraía tratando de entenderlos a ellos. Fue un absoluto fracaso al que tendré que regresar un día. Pero al menos aprendí a decir cosas básicas que me permiten salir del paso para saludar, despedirme y dar las gracias. Mi aspecto no ayuda. En la calle me veo como un alemán enano, por eso la gente me habla sin prevenciones, suponiendo que yo entiendo. Y yo me hago el que entiendo y sigo mi camino, con una sonrisa, por supuesto. La gente quizás se queda esperando una respuesta imaginando simplemente que llevo alguna resaca a cuestas. No sé, nunca me doy la vuelta. El día que me pase con la policía será un verdadero problema.

Esta es una ciudad linda, supremamente ordenada y la calidad de vida se respira en cada esquina. Nosotros vivimos en los suburbios, cerca del campo y al lado de una reserva forestal. Ya está entrando la primavera y la temperatura sube cada día, los árboles que cargaban nieve, ahora cargan hojas. A mí me gustaba más el frío, para ser honesto. Siempre he amado el frío. Excepto cuando se empiezan a adormilar los dedos de las manos y los labios se ponen morados. Ahí no es tan chévere.

Mucho de lo que me rodea me gusta pero aún me siento muy extraño, muy extranjero, muy ajeno. Por eso vivo con curiosidad. Los buses pasan a la hora en punto. Siempre cojo el de las 4:05 p.m. para recoger al pequeño Felipe en su jardín infantil. No hay que hablar con el conductor. Solo le muestro el tiquete mensual de transporte y él me deja pasar. Le podría mostrar mi carné del equipo de fútbol en Colombia e igual me dejaría pasar. Son muy poco rigurosos con eso. Pero si no llevara mi tiquete y estuviesen haciendo las revisiones periódicas que hacen las personas encargadas, me impondrían una multa de 60 euros y una amonestación. Y por ser extranjero, a las tres amonestaciones podría estar empacando mis maletas para devolverme. Igual, siempre pago mis tiquetes. No es una cuestión que se haga por la sanción, es lo justo, más en un país que está implementando la gratuidad del transporte público gradualmente.

Aún no me adapto a mí mismo en este lugar. Pero me miro en las pupilas del pequeño Felipe y siento una paz inmensa al ver que él sí lo está logrando. Ya podré adaptarme yo también, cuando venza el miedo, cuando deje de ir por las calles con esta sonrisita marica con la que creo que me estoy comunicando con los demás. Ya me llegará el día de poder responderle a las personas con palabras sin perder la sonrisa. Por ahora vivo con un cordón umbilical larguísimo que me mantiene atado a Colombia y a su cruda realidad en la que me hundo todos los días a través de los medios y las redes sociales. En fin, por hoy solo sé que avancé un día más en el diario. También sé que no lo haré todos los días porque es muy exigente y debo escribir más cosas. Pero está sirviendo, me estoy sintiendo mejor y quizás lo termine algún día. Gracias por no abandonarme y gracias por seguir leyéndome. Acá vendré cada vez que pueda a desahogarme un poco.










miércoles, 18 de abril de 2018

Día 53. Julio 22. Faltan 75 días.


Debo confesar que odio ver estos días del diario abandonados con esa etiqueta roja de "borrador" que es algo así como el cementerio de las ideas. Por eso regresé a recoger mis pasos de este proyecto inconcluso y a intentar llenar de letras estos espacios vacíos, cual parqueaderos de nostalgias, atendiendo la recomendación de una persona que apareció providencialmente para sacudirme la inspiración que se estaba quedando dormida. O muerta. Quizás dormida, porque se está desperezando.

Esa persona me llamó el viernes, cuando yo le había echado los santos óleos al diario el martes. Su angustia al ver morir un proyecto que prometía, parecía superior a mi propia angustia cuando decidí abandonar de primero el barco, cual capitán cobarde. No esperaba esa llamada. No esperaba esa ni ninguna llamada. Había sido un viernes tremendamente opaco. Un viernes de desempleado al que le da igual cualquier día de la semana, salvo los sábados y domingos, que se puede sentir al menos un poco de compañía de hordas de trabajadores que descansan. Y uno los ve descansar.

(Esto lo escribí a principios de agosto de 2017)

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Hoy, 18 de abril de 2018, descubro esta ruina, este monumento a mis tareas inconclusas. Otra promesa para continuar algo que he dejado tirado y otra muestra de que mi vida misma es una tarea inconclusa. Recuerdo perfectamente esa llamada  y a esa persona. Recuerdo cuántos ánimos me dio y cuánto valoré esas palabras. Recuerdo que después de esa llamada, antes de venirme para Alemania, nos vimos una vez y conversamos. Fuimos compañeros de colegio, pero no amigos, perdimos el contacto durante décadas. Simplemente, después de mucho tiempo, nos unió este lenguaje hermoso que se habla con los dedos y se escucha con los ojos: El placer de la escritura.

Por eso volví a hablar con él y por eso los afectos congelados del pasado se volvieron fraternidad en los días previos a nuestro viaje. Y bueno, paseando por este blog que se quedó para siempre en obra gris, retomando los consejos de mi amigo Guillermo Zafra, he decidido venir a cumplirle por alguna vez a las ruinas de lo que nunca termino. La incertidumbre es total, no sé si lo logre, prometí un diario de 128 días y esta entrada se desvaneció algún día de julio del año pasado, remando para llegar a una orilla que nunca encontré.

Solo he venido a escribir para decirle a mi hijo Felipe, al pequeño Felipe, que algún día empecé un diario para acompañar nuestra soledad porque su mamá andaba lejos allanando el camino de nuestra unión cruzando un océano. Solo he venido a poner los muebles en esta casa vieja abandonada que me sirvió de refugio espiritual por algunos meses. He venido a cumplirle a Guillermo aunque fuera de tiempo y espacio. He venido a concluir un diario extemporáneo en donde ahora las fechas solo me servirán para marcar las páginas. Y acá, azotando las teclas, me reto a llenar esos días de palabras, coherentes o no, útiles o no, perdurables o no. He vuelto a terminar, quizás por primera vez, algo que empiezo por mi propia voluntad. He venido a terminar la maratón cuando ya se han llevado las vallas de contención, las flechas del camino y se ha borrado la línea de meta. Cuando ya no hay nadie esperándome al final. Solo vine a escribir porque me gusta. Porque me acordé de Guillermo y sus consejos. Porque vine a dar una vuelta y me encontré con que ya había hecho alusión a esa llamada y porque valoro lo importante que fue para mí.

Pues bien, acá estoy en el día 53 de un diario de 128 días que debió haber concluído hace más de seis meses. Pero no importa. Acá estoy, escribiendo, queriendo terminar esto porque sí, porque quiero, porque estoy escribiendo y ver cómo estas letras se van impregnando de recuerdos es suficiente aliciente para mí. No sé cuánto me dure el impulso. Pero ya escribí el día 53 que tenía pendiente. Espero mañana escribir el día 54.






martes, 8 de agosto de 2017

Día 66. Agosto 4. Faltan 62 días. Último día del diario.


Hoy solo puedo decir que lo lamento, pero seguir con el diario es una quimera. Y lo hago sin más culpas ni arrepentimientos. Tuve estos tres días de descanso para disfrutar al lado de mi mamá, de mis hermanos y mis hijos para llegar a la conclusión de que ahora seguir con este proyecto me representa no solo un problema de voluntad, sino de prioridades y tiempo. Lo único cierto, es que el reloj que nos lleva al reencuentro con Ángela corre cada vez más rápido y le queda menos tiempo.

Escribir este diario cada noche me representa invertir entre una y dos horas de mi tiempo. Si bien parece que una entrada se puede escribir en veinte minutos, yo dilato la escritura entre otras actividades mundanas y profundas, pero siempre estoy conectado con el diario hasta que termino la entrada. Los cuarenta primeros días fue realmente terapéutico, porque me sentía solo, decaído, extrañaba mucho a Ángela y aún me superaba la situación con el pequeño Felipe. Luego empecé a sentir la presión de la obligación de escribir el diario y me fue estresando, llenando de culpas y exigiendo más de lo que estaba dispuesto a dar. Lo intenté. Y llevo muchos días intentándolo, incluso, pretendiendo que podía seguir escribiendo como si no hubiese habido rezago para llenar luego ese lapso vacío de memoria con poesía sacada quién sabe de dónde. Pero me rindo. Hoy, indefectiblemente, me rindo. Y no lo voy a hacer en un mar de meaculpas y vergüenza, como si estuviera haciendo algo malo. Sé que fallé, sé que incumplí y sé que de cierta manera, mentí. Pero no hago nada con esas retahílas adoloridas por no cumplir cuando el objetivo del diario, que es lo más importante, se cumplió.

El diario me acompañó en los días más difíciles, fue un vehículo para reconstruir los días que pensé que no podría superar sin hundirme en la tristeza y la confusión y sirvió para reflexionar paso a paso hasta que vi que este reto lo podía superar porque mi amor por el pequeño Felipe es mucho más grande que el temor que me produjo la ausencia de Ángela. En otras palabras, no tiene sentido seguir usando una silla de ruedas cuando ya he aprendido a caminar.

Sé que a Ángela le va a hacer falta estar enterada del día a día del pequeño Felipe lo cual trataré de suplir con mayor diálogo con ella y con un relato detallado a viva voz de lo que fue cada día de Pipe. Para eso están Skype y Whatsapp, además de las redes sociales, que sirven para comunicar en tiempo real lo que estamos viviendo. Ya hablé con ella, y con un dejo de tristeza, lo supo comprender.

El pequeño Felipe seguirá siendo el protagonista de mis días. Seguiré escribiendo en mi mente esta historia y seguiré reconstruyendo el día del pequeño Felipe antes de dormir para saber qué puedo mejorar al siguiente día con él. Sí, este diario como estaba planteado quedó cojo, mocho, ciego y sordo. Pero qué más da. Una lección más y es no poner un listón absurdamente alto para pasarlo caminando por debajo. Era demasiado ambicioso pretender que iba a generar una disciplina que no tengo ni para los asuntos más vitales de mi existencia. Pero la verdad es que mi obligación no es con el diario sino con el pequeño Felipe. Y esa obligación, que es la más importante de este trance, la he cumplido a cabalidad y por ello debo sentirme tranquilo y orgulloso.

Ahora quiero aprovechar las noches para leer los libros y ver las películas que me han prestado y debo devolver antes de que nos vayamos. Quiero conversar con los amigos y las amigas para despedirme, al menos en el mundo real, porque nadie se despide en el mundo virtual a no ser que quiera perder ese contacto voluntariamente. Quiero ver Netflix, aprovechando el perfil que me abrió Ángela desde Alemania y quiero tomarme mi te en leche antes de dormirme sin sentir ese sabor amargo de que dejé algo pendiente para mañana.

Me disculpo con ustedes mis lectores. Lamento defraudarlos, mi especialidad. Pero también apelo a su comprensión y a su buen criterio para que sepan que el diario cumplió una misión vital pero que ya agotó su objetivo y se va convirtiendo de a poco en una carga injustificada. Eso no quiere decir que el diario esté cerrado. Vendré eventualmente a contar algo que me resulte digno de que sea memorable para dejar acá la señal que me permita recordar ese momento o ese pensamiento o ese hecho que enaltezca la vida hermosa de mi pequeño bebé, mi inspiración y la razón de todo este esfuerzo que ha dado sus frutos.

Bueno, con esto culmino, sin más rodeos ni excusas. Incumplí y me excuso por eso. Pero ya, no puedo seguir cargando con la culpa y el peso de cargas que solito he querido cargar, sin la posibilidad de dañar a nadie porque solo está comprometida mi intimidad que comparto porque ese etéreo llamado lectores me inspiran confianza y calidez. Volveré, eventualmente, sin el rigor de los días, para contarles eventos que considere relevantes. No sé cuándo. No sé cómo. No quiero volver a predecir nunca más 128 días de mi vida. Prefiero vivirlos a plenitud con la razón de mi existencia. Y esa razón de mi existencia decora esta entrada en la fotografía. Sobran las palabras.

Gracias por leerme. Apelo a su comprensión y espero que las letras nos sigan acompañando sin importar el medio y la razón. Un abrazo fraterno, tan virtual como real. Hasta pronto.


jueves, 3 de agosto de 2017

Día 65. Agosto 3. Faltan 63 días.



Hoy tuvimos un despertar muy tempranero. A las 4:50 am el pequeño Felipe se despertó inquieto, llorando, como no lo hacía hace mucho tiempo. Y llamando a su mamá. Mi teoría, que se la he dicho a Ángela, es que el pequeño Felipe al sentir la ausencia de su madre se programó para extrañarla un tiempo con la certeza de que la volvería a ver en ese lapso. Y lo que siento es que a Pipe se le está pasando los días, más de los que esperaba, por lo cual está entrando en una etapa de melancolía y nostalgia al ver que amanece cada día y aún no puede sentir a su mamá. Y eso es complicado porque aún nos queda la mitad de este trayecto, lo que quiere decir que para Pipe el tiempo se va a duplicar sin ver a su mamá.

Y es que Pipe de un tiempo para acá ha manifestado de muchas formas que su mamá le hace falta, algunas muy directas, como cuando suena el timbre del apartamento y me pregunta si es ella y otras más sutiles, como cuando lo regaño y me abraza y me dice "mamáaaaaaa". También se le han incrementado los berrinches y las rabietas. El pequeño Felipe no es muy pataletudo, pero desde hace unos días me hace pataletas cuando algo no le sale bien. Yo aveces me dejo contagiar de su mal genio y me pongo de mal genio también, otras veces me da pesar y lo abrazo para ver si se le pasa y otras simplemente lo ignoro hasta que se le pasa, porque las otras dos no funcionan. Pero afortunadamente sigue bien de salud y aparte de estos episodios de melancolía, que tampoco son constantes, de ánimo está bien.

A las seis de la mañana le pedí a Ángela que nos llamara por Skype para que Pipe la pudiera ver. Si bien no disfruta mucho ver a la mamá por el celular, sí lo tranquiliza y le alegra el semblante. Eso me permite avanzar en la mañana sin que esté triste. Porque verlo triste me entristece también a mí. Porque no hay nada más triste en el Universo que un niño triste.

La mañana transcurrió sin más novedad. Los dos estábamos somnolientos por la hora en que nos levantamos. Aproveché el día soleado para pasearlo en el coche hasta el jardín y para que el aire fresco nos relajara un poco. A los dos.

Lo dejé en el jardín y regresé para hablar con Ángela. Hoy hablamos un rato largo, de todo un poco, de nada importante. Ella me cuenta cómo es su vida allá y yo le cuento cómo nos va yendo acá. Cada día sentimos nuestro reencuentro más cerca aunque aún se siente lejano. Ángela está preocupada por el bebé, pero yo trato de tranquilizarla especulando con teorías como las que les conté hace un rato. Lavé la ropa del bebé, organicé un poco la casa de cosas que Pipe desordenó ayer después de que Doris se fue y traté de dormir un poco pero no pude. Por momentos me dan ráfagas de ansiedad y el sueño se va. A las cinco en punto llegué por el pequeño Felipe y su profesora me contó que no había dormido mucho en el jardín tampoco. Se le veía incómodo, cansado, pero muy despierto. Apenas llegamos a la casa le calenté la cena y se la di. Apresuré todo el ritual para acostarlo porque el cansancio ya se le estaba volviendo incomodidad y yo sabía que debía descansar sí o sí. A las seis y media lo acosté con su tetero y lo acompañé un rato largo, aprovechando que todavía estaba temprano. Pero el sueño lo venció rápido.

Yo también estoy cansado, me siento descompensado y espero que mañana el día sea más sereno, que Felipe se levante sonriente y descansado, que sus días vuelvan a ser pacíficos y que renueve la tranquilidad con respecto de la ausencia de Ángela. Ahora tengo la sensación de que el tiempo está pasando más rápido. Que en un abrir y cerrar de ojos nos estaremos viendo de nuevo y que este diario habrá cumplido el propósito de habernos acompañado reflejando explícita e implícitamente lo que estamos viviendo el pequeño Felipe y yo juntos en este tiempo.

Bueno, quizás la coherencia me empiece a abandonar. Ya vamos llegando a la media noche y estoy pasmado. Solo me queda desearles buena noche a los aún están despiertos y buenos días a los que me lean mañana. Gracias por leerme. Descansen. El cuerpo lo pide.


miércoles, 2 de agosto de 2017

Día 64. Agosto 2. Faltan 64 días.



El diario sigue y seguirá. No sé cuándo pondré al día los días faltantes pero mi compromiso era remediar hoy la situación y el remedio es seguir desde hoy, relatándoles lo que pasó hoy y hacerlo también mañana. Esos días perdidos en la memoria que llegaron hasta ayer, irán apareciendo en forma de reflexiones, pensamientos y deseos o lo que se me ocurra hasta que acabe de armar este rompecabezas del que prometí 128 piezas. Y es que hoy es el día 64. Y 64 es justo la mitad de 128. Por eso no quería seguir lamentándome en odas de rezagos, atrasos, culpas y lamentos cuando hemos llegado a la cúspide de la montaña y empieza la bajada.

Hoy estamos a mitad del camino para reencontrarnos con Ángela. Es increíble que hace 65 días yo estaba escribiendo el día cero aún empapado en lágrimas sin saber qué iba a pasar con el pequeño Felipe. Hoy, él sonríe a diario y aunque extraña todos los días a su mamá, porque me lo manifiesta de muchas formas, ha sido quién mejor ha asimilado el trance que yo creí que sería difícil para él. Pues bien, hoy el pequeño Felipe se despertó como de costumbre a las 6:30 de la mañana pero nos tomamos la levantada con calma, lentamente y sin prisa. Solo hasta las siete empezamos el ritual de alistamiento. El pequeño Felipe se fue a jugar al cuarto de los juguetes mientras yo le juntaba agua en el balde con el que lo iba a bañar. Fui por él para desvestirlo para el baño y lo senté en la cama. El timbre del apartamento sonó porque hoy, miércoles, es el día en el que Doris viene a ayudarnos con el aseo. Cuando sonó el timbre el pequeño Felipe me miró y me dijo "¿Mamá?". Sentí un viento helado recorrer mi espalda y solo atiné a abrazarlo y a decirle - Mamá está lejos pero pronto nos vamos a ver con ella. Hoy es el día en el que verdaderamente empezamos el reencuentro porque pasamos la mitad. Ahora estamos en la mitad más cerca -. La directora del jardín me dice que él me entiende. Y yo le creo. Siempre le creo a Olguita. No he visto una mujer más entregada a sus niños que ella. Pipe me pidió que lo bajara para ver quién había llegado. Quería comprobar por él mismo que no era mamá. Vio a Doris y le sonrió con un dejo de decepción, pero con cariño, como sabe sonreír él.

Subimos y llamé a Ángela por Skype inmediatamente. Pipe la vio como preguntándose por qué la podía ver allí pero no la podía sentir atravesando la puerta. Pero no buscó más y también perdió la atención por el Skype. Debíamos continuar nuestra rutina y salir para el jardín. Lo bañé y lo vestí con una pinta hermosa heredada de uno de sus primos de tercera generación, hijo de uno de mis sobrinos, mayor un año y medio que él. Overol pescador, una camisa a cuadros y tenis. Era un niño vestido de niño. Eso es lindo. Desafortunadamente poco común ahora, cuando están "adultizando" a los niños desde la cuna. Se veía precioso.

Lo dejé en el jardín a las ocho y cuarto y se quedó como siempre, tranquilo, relajado, plácido en su segundo hogar, desvanecido en los brazos de Dianita, una de sus profes.

Yo regresé a la casa para hablar con Doris. Tiene problemas con su exesposo y yo me asesoré para poder decirle qué hacer. Pero sobre eso no diré nada más. Es la vida de Doris. Mi día fue organizar cuentas, documentos, prever trasteos, ventas y otra cantidad de cosas que tengo que acelerar porque como me ha dicho Ángela varias veces "estoy colgado". Suelo colgarme en todo en la vida. Este diario es un testimonio de ello.

A las cinco de la tarde recogí al pequeño Felipe. Llegué al jardín y él cogió una silla y la acomodó en un cerro de sillas para niño que había en el comedor. La profesora me contó que él ayuda a organizar, que recoge sillas y las fichas de los juegos y las pone en su lugar. Qué contraste con lo que sucede en la casa, en donde lo he bautizado el "Huracán" Pipe, porque por donde pasa nada queda como estaba. Quizás es que yo no he tenido la paciencia de la profesora para enseñarle.

Llegamos a la casa y se le notaba el cansancio y el hambre. Le di la comida más temprano que de costumbre porque pensé que se quería acostar temprano. Comió con mucho apetito, pero se activó un rato y se terminó durmiendo a las siete pasadas, como casi siempre.

El pequeño Felipe me tiene sorprendido por la rapidez con la que está desarrollando su comprensión del mundo y las situaciones. Hace cosas que me permiten ver cuán perceptivo está. Por ejemplo, cuando me lavo las manos en el baño, sale corriendo desde donde esté y toma la toalla y me la pasa para que yo me seque. Cuando le digo que nos subamos que ya es hora de alistarnos para dormir, busca el control del televisor del primer piso y me lo pasa para que apague el televisor porque sabe que ya no lo vamos a ver más. Y así, todos los días sale con algo nuevo, sorprendente y tierno que me da la tranquilidad de saber que está creciendo bien, sano, inteligente y sensible.

Bueno, como les dije, los días faltantes irán apareciendo esparcidos en lo que resta de este diario. Pero no podía seguir haciendo una retahíla de lamentos sin avanzar tal como tiene que avanzar un diario. Día a día, en el presente, en el aquí y en el ahora. Por eso hoy retomo la memoria inmediata, el día que pasó, lo que recuerdo con claridad porque aún lo estoy viviendo mientras escribo.

Gracias a ustedes por ser tan condescendientes y pacientes conmigo. Por comprender esa laguna de más de diez días que se llenó de vacíos. Pero acá estoy, retomando, atendiendo los consejos que tan amablemente me dieron para que este proyecto no muera, para que yo no desfallezca.

Qué tengan una linda noche y un mejor despertar. Gracias de verdad.